El origen de esta entrada aparece cuando yo aún era estudiante de música (qué tiempos aquellos). Hay algunas cosas que se me han quedado marcadas dignas de mi blog.
La primera de ellas es el origen de las notas musicales. Son, como todo el mundo sabe 7: DO-RE-MI-FA-SOL-LA-SI. Lo que ya no sabe todo el mundo es de dónde salen esos nombres.
El origen es la escala heptafónica (7 sonidos) que se utilizaba en la edad media y es la base de toda la música occidental. Esas sílabas tienen su origen en un poema de un monge benedictino Pablo el Diácono y dice así:
Ut queant laxis
Resonare Fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve Polluti
Labii reatum
Sancte Ioannes
Esta es una de esas cosas absurdas que una vez se aprenden y nunca se olvidan.
La primera sílaba de cada verso dio origen a las notas, salvo SI, que se utilizó la primera letra de cada palabra del séptimo verso. También, la nota “ut” se cambió por Do posteriormente, para evitar un acabado en la “t”, que prácticamente impide poderla solfear. Este dato es muy útil para los crucigramas.
Sobre el nombre de las notas hay una curiosidad que podrá comprobarla cualquiera que busque una obra en internet. A veces se puede ver junto al nombre una notación con una letra mayúscula y mayor o menor, indicando la tonalidad de la obra. Es bastante habitual describir la obra con su tonalidad, pero ¿por qué una letra mayúscula? Es sencillo: en el sistema inglés (anglosajón) las notas no se llaman como en la parte latina de Europa, sino ordenadas desde la A a la G… pero empezando por el La. De esta forma la escala británica se escribe así: C-D-E-F-G-A-B.
Pero… ¿y el título de la entrada? ¿A qué viene? Pues sí, realmente, la música que estamos acostumbrados a escuchar consta de 12 notas: las 7 notas básicas y las notas alteradas (en el piano: 7 teclas blancas y 5 teclas negras). A esta escala se le conoce como dodecafónica, por motivos obvios.
Lo más curioso es que esta escala es directamente falsa en términos teóricos. El sistema musical puro debería basarse en un sistema de vibraciones y armónicos (de ahí la palabra armonía) de la nota de las que parten todas las demás: el La 3, que según su norma ISO (hay normas para todo, ¡por Dios!), se afina en 440 Hz.
El sistema lo analizó Pitágoras hace bastante tiempo basándose en un sistema fijo (con la medida 5/2) y, mucho después, Zarlino, en el siglo XVI, publicó un sistema perfecto… salvo por que no era práctico. Este sistema se basa en los armónicos de cada nota frente a la nota matriz (la tónica), con el problema que cada nota tiene un coeficiente diferente. Esto hace que el Do sostenido no sea el Re bemol, o lo que es lo mismo, aparecen una serie de matices que aumentan las 12 notas en muchas más.
Este sistema es perfecto teóricamente, pero sólo se puede llevar a la práctica en aquellos instrumentos de sonido libre, que permiten interpretar todos estos matices (violines, violas, etc). En instrumentos de notas fijas (piano, guitarra) esto no puede hacerse y tuvo que recurrirse a un sistema práctico… pero falso: el temperado.
Se desarrollo en el siglo XVIII y Johan Sebastian Bach le dió el impulso que necesitaba en su “Clave bien temperado”, en el que usaba este mecanismo de afinación y ordenación de los sonidos para sus fugas y preludios.
Actualmente, se encuentra totalmente extendido, pero como se nota casi a simple vista (oído, mejor dicho), la gama de matices que ofrece un violín no la ofrece un piano… quizás porque no se basa en 12 notas teóricamente… falsas.